Lo que “cuesta” ser mujer.
Varios diarios publicaron reportajes en el año 2020 sobre el popularmente llamado “Impuesto Rosa”, tomando este término del “Pink Tax” estadounidense, usado como reclamo social al acusar de ser un aumento injustificado en los precios de productos que consumen las mujeres. Ahora bien, ¿en qué consiste realmente?
Para ser exactos, se trata de una tasa, o sea, es un precio oficialmente establecido para algunos productos comerciales. Es decir, es legal. Se trata, sobre todo, de una tasa normal pero aumentada por algunos atributos del producto. El más usual es adornar la presentación con un tinte rosa, de ahí el mote. De esta manera se le conoce también como la “Tasa Rosa”, un término que me parece más exacto.
Los detalles de la investigación
Cuando se hicieron los estudios correspondientes no se encontró una constante en estos precios como para afirmar que es una práctica generalizada. No obstante, el fenómeno es real y puede afectar las compras, pues estos productos encarecen hasta un 17% el precio normal (PROFECO, 2019). En comparación, se observa que comprar la versión para hombres significa un ahorro en estos casos.
Tabla. Comparación entre productos de higiene para hombre y para mujer:
Recuperado de: PROFECO (2019).
En resumen, el dichoso impuesto es real. Afortunadamente, esta práctica se limita sólo a algunos fabricantes y productos. No obstante, varios de estos corresponden a la canasta básica y en especial a las necesidades de la mujer. Por esto se les debe dar la información adecuada, sobre todo considerando que ellas realizan el 70% de las compras del hogar.
Pero ¿cómo sucedió esto?
Desde la oleada de productos light en los años ochenta se conocía esta clase de artimañas publicitarias. Muchos de estos productos no cumplían con lo prometido, se limitaban a explotar el deseo por una imagen promovida en los medios de comunicación. Posteriormente, las revistas para mujeres, los espectáculos televisivos y la publicidad de la industria de la moda se definieron como femeninos y bajo su influencia se delineó la manera de emprender, trabajar y hasta de hacer las compras de la mujer. En palabras de Dorothy Smith (2005): “el éxito de una mujer dependía de parecerse a esas imágenes”.
Con otro estudio realizado por Patricia Palmer (2005), se vio que incluso las niñas tomaban las decisiones sobre su futuro financiero basadas en “las características y acciones de las mujeres que veían en las telenovelas”. En estos programas la mujer era representada sólo como esposa y madre, cuyo valor dependía de ser atractiva y así proveer un mayor estatus a su marido. Dicho de otro modo, para mantener su prestigio intacto, las mujeres necesitaron imitar la imagen pública promovida. Se buscaba adquirir lo más “vistoso y femenino”, lo que finalmente se volvió una costumbre al comprar.
El veredicto
En una entrevista al respecto para la revista Consumer (2019), el profesor Ignacio Gil, ingeniero industrial por la Universidad de Zaragoza, aclaró que materiales como los colores tienen actualmente costos similares. Si lo anterior es cierto, significa que la tasa rosa es un paradigma que no debería continuar. El aumento se sostiene bajo un argumento caduco y, por tanto, es un abuso con todas sus letras. El único motivo del gravamen es la tasación de la imagen “femenina”.
Si bien esto ha promovido estereotipos y un sobreprecio innecesario, el fabricante no comete por el momento ningún tipo de delito. Por lo mismo, es difícil esperar su regulación y en algunos casos imposible. Lo mejor que se puede hacer entonces, es proveerse de las estrategias que nos protejan de estas prácticas abusivas y que, en conjunto, obliguen a las empresas a tomar medidas más justas.
Ahora sí, cómo castigar la Tasa Rosa
Construir una imagen femenina más acorde a las necesidades actuales son estrategias de cortesía, nos dice Goffman (2005) inspirado en las antiguas cortes. En otras palabras, la forma de enfrentar esta práctica comercial es tener conciencia de esta y la confianza para construir un nuevo prestigio. Es decir, construir la opinión pública con datos claros y precisos sobre el comprador, el mercado y los productos.
Según la CONDUSEF (2019), la medida a tomar ante el sobreprecio es la planeación informada. Para lograrla han recomendado tres pasos:
1. Comparar los precios. Conocer la diferencia de precios entre los productos, así como entre los establecimientos.
2. Revisar productos similares. Puede cambiar la mercancía por un artículo neutro, que bien podría ser la versión masculina.
3. Considerar otras marcas. Comprar a las marcas que ofrezcan el mismo producto o similar a un coste más bajo.
Por lo visto, hay que tener en cuenta que los estereotipos afectan incluso nuestra vida económica. De igual manera, se deben conocer los detalles de los productos de primera necesidad, por lo que es recomendable consultar los datos que ponen a disposición las instituciones al servicio del consumidor. ¡Para no caer en tasas de ningún color!